Por Eduardo Ancona Bolio
La austeridad ha sido una de las marcas indelebles del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Además de la notable preferencia personal del Presidente en favor de un gobierno austero y la necesidad -acaso imperativo moral- de contrastar con el dispendio del peñanietismo, los recortes y planes de austeridad a lo largo del gobierno federal se explican también por la necesidad de liberar recursos para financiar, sin recurrir a deuda ni aumento de impuestos, el amplio catálogo de programas sociales que está en la medula ósea de la 4T.
Uno de los más polémicos es “Jóvenes construyendo el futuro”, o como se le conoce injustamente en el bajo mundo, las becas para ninis. La lógica del programa es la siguiente: los jóvenes de entre 18 a 29 años que ni estudian ni trabajan no están en esta condición por voluntad propia, sino que se les ha “cancelado el futuro” gracias al alto índice de rechazos en los procesos de admisión en universidades públicas -la UNAM rechaza al 90% de los aspirantes- y la falta de experiencia que evita la entrada al mercado laboral. Esto, bajo el argumento del gobierno, les deja dos opciones: delinquir o migrar. El programa está pensado como un antídoto que rompa la frontera que evita a los jóvenes sin experiencia obtener empleo. ¿Cómo? Estableciendo convenios con empresas que sean tutores que reciban a jóvenes interesados en su giro ofreciéndoles experiencia y capacitación laboral sin goce de sueldo. Por su parte, el gobierno le dará a cada uno de ellos un apoyo de 3,600 pesos mensuales. Transcurrido no más de un año los jóvenes tendrían las aptitudes necesarias para integrarse al campo laboral.
El gobierno pronostica inscribir en este programa a 2.3 millones de jóvenes. Supongamos que eso va a ocurrir. El programa tiene un tiempo límite de 12 meses: nadie puede estar en él -trabajar como aprendiz y recibir la beca- por más de un año. ¿Qué pasará con ellos después? La idea es que se integren al mercado laboral, sin embargo el crecimiento de la economía es una condición indispensable para que el mercado pueda absorberlos. El inciso III del lineamiento Cuarto del Acuerdo sobre el tema publicado el 10 de enero en el Diario Oficial de la Federación establece como un objetivo del programa “Acelerar la preparación de una reserva de jóvenes para las actividades productivas, en previsión de un mayor crecimiento económico en el futuro próximo”. Es decir, reconoce que el éxito del programa está indisolublemente ligado a alcanzar el prometido crecimiento del 4% anual.
En el gobierno de Enrique Peña Nieto la economía creció en promedio al 2.5% anual y se crearon alrededor de 4,600,000 empleos; mientras que en el gobierno de Felipe Calderón el crecimiento anual promedio de la economía fue de 1.7% y se crearon al rededor de 2,800,000 empleos. Como a tantos más, el crecimiento es la única forma de encontrarle la cuadratura a este circulo. El lunes el Banco de México publicó cambios a las predicciones de crecimiento de la economía realizadas por expertos privados: para 2019 de 1.64 a 1.56% y para 2020 de 1.91 a 1.82%. La presión de un sector de la población con renovadas expectativas de ingresar al mercado formal de trabajo será mucho mayor si Jóvenes construyendo el futuro logra reclutar a los 2.3 millones de beneficiarios que proyecta, y esta sólo podrá ser procesada satisfactoriamente si la economía nacional crece a la tasa prometida. De no ser así no sólo fallará una política publica estelar de esta administración, sino que se regresará de nuevo a un ciclo de decepción y frustración a un sector de la sociedad al que se ha tachado de haraganes y flojos -puede que sí hayan algunos, pero la generalización es injusta-, cuando en realidad lo que parecen ser es víctimas del mediocre crecimiento de la economía mexicana. Esperemos que no sea así.
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